El beso de la sirena by Andrea Camilleri

El beso de la sirena by Andrea Camilleri

autor:Andrea Camilleri [Camilleri, Andrea]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2007-01-01T05:00:00+00:00


6

Maruzza y el agua de mar

Hacia mediodía, cuando se despertó, los dolores de cabeza habían desaparecido por completo. Se levantó, salió, cogió la azada, cavó un foso lejos del olivo, sepultó al perro muerto y lo cubrió. Después volvió a casa y se desnudó.

La visión de los calzoncillos manchados le hizo ruborizarse de vergüenza.

Empezó a lavarse y, de pronto, se detuvo, atónito.

Pero ¿la noche anterior Minica no le había metido un anillo en el índice de la mano derecha? ¿Cómo era que ahora ya no lo tenía? No podía haberlo perdido, porque recordó que le quedaba apretado. Quizá Minica se lo había quitado mientras estaba desvanecido. ¿Y por qué razón no se lo había dejado en el dedo? ¿Acaso no reconocían la boda? ¿Acaso, según Minica, él tendría que haber consumado el matrimonio con Maruzza delante de ella? Demasiadas preguntas, demasiadas. Mejor no pensarlo.

Volvió a lavarse de arriba abajo, se arregló la barba, se vistió y bajó al comedor, porque tenía apetito.

Sobre la mesa grande vio la tarta, los dulces, los bizcochos y la botella de licor. Le apeteció comerse un dulce, pero enseguida se dio cuenta de que se había puesto ácido, también el requesón de la tarta estaba agrio. Salió fuera, tiró la tarta y los dulces. Los bizcochos y el licor los guardó en la despensa.

No tenía ganas de encender el fuego, así que hizo una comilona de pan y olivas y pan y queso. Pero en seco: apenas se llevó a la boca un vaso de vino, el olor lo fastidió, ya que la noche anterior había abusado demasiado.

Después fue al corral de las gallinas y bebió un huevo fresco.

¡Ah, eso es! Debía comprar un gallo; al que tenía Minica le había cortado la cabeza. ¡Joder, cómo sabía manejar el cuchillo, la vieja!

Partió hacia Vigàta y llegó al Ayuntamiento a las cuatro.

—¿Qué debo hacer para casarme? —preguntó al primero que vio sentado detrás de una mesa, completamente cubierta de papeles.

—Encontrar a una mujer que se quiera casar con usted —dijo el chupatintas, sin levantar siquiera la cabeza.

—No, yo quería saber qué papeles se necesitan.

—Segundo despacho, a mano izquierda.

Entró en el segundo despacho, a mano izquierda. No había nadie. Esperó.

Media hora después, entró un hombre.

—¿Busca a alguien?

—Sí. Quería saber qué papeles necesito para casarme.

—¿Cómo se le ocurre? —preguntó aquél.

Y salió después de coger algunos papeles. Al cabo de otra media hora, entró un hombre tan gordo que le costaba pasar por la puerta.

—¡La oficina está cerrada! —dijo, mientras lo miraba con mala cara.

Gnazio se molestó.

—¡Pero si hace una hora que espero!

—Está bien. No se cabree, que la vida es breve. ¿Qué quiere?

—Voy a casarme y quisiera saber qué papeles…

—¿Cómo se llama?

—Gnazio Manisco.

—Espere un momento.

El hombre miró entre los papeles que tenía sobre el escritorio y luego preguntó:

—¿Ignazio Manisco, hijo de Nicola y de la difunta Maria Manzella?

—Sí, señor.

—Los papeles se han pedido esta misma mañana. El trámite está iniciado. ¿No lo sabía?

—No. ¿Y por quién?

—Por el señor alcalde en persona. Buenos días.

Salió extrañado. ¿El alcalde? ¡Si ni



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